Eclesiastés 3:1-2 Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado…
¡Qué difícil es el ser humano, nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere!
Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:
1 – Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los mejores médicos de la época.
2 – Que los tesoros que había conquistado (plata, oro, piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba, y…
3 – Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.
Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones. Alejandro le explicó:
1 – Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos no tienen, ante la muerte, el poder de curar.
2 – Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen.
3 – Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y con las manos vacías partimos, cuando se nos termina el más valioso tesoro que es el tiempo.
Al morir nada material te llevas; “el tiempo” es el tesoro más valioso que tenemos porque es limitado. Podemos producir más dinero, pero no más tiempo. Cuando le dedicamos tiempo a una persona, le estamos entregando una porción de nuestra vida que nunca podremos recuperar, nuestro tiempo es nuestra vida.
¡El mejor regalo que le puedes dar a alguien es tu tiempo y la mayor riqueza servirle a Dios y dedicarle el tiempo necesario para conocerle más, siempre que puedas! El tiempo se le regala a la familia, a Dios y a los buenos amigos.